viernes, 12 de abril de 2024

UN MUNDO SIN HOMBRES

 

Esta es la imagen idílica de un mundo sin hombres que han vendido al mujerío de Occidente. Lo que no les han dicho es que jugando a la rueda churumbel el planeta se colapsaría en cuestión de días

Últimamente, no hay ocasión en la que entre en Yutub a bichear chorradas o musiquilla de la que me gusta en el que no me sugieran tropocientos vídeos en los que un primate en plan encuestador afanoso aparezca preguntando a jóvenes y no tan jóvenes hembras de la especie cómo sería un mundo sin hombres. Así pues, y ya que hasta el potito habla de este tema, pues no voy a ser menos, y más considerando que la musa anda remisa a retornar. 

Bien, la cuestión es que en estos vídeos aparece un ciudadano micro en mano que se acerca a una mocita de apariencia frondosa, jeta literalmente enfoscada con medio kilo de afeites y derrochando más arrogancia que una infanta de León. Sin embargo, el 99% de las encuestadas, esbozando una sonrisa de oreja a oreja, responden estupideces similares:

- Viviríamos más tranquilas.

¿Acaso convivir con tus congéneres es tranquilizador, cuando la realidad es que os odiáis a muerte entre vosotras?

- Dejarían de matarnos.

¿Cuántas mujeres palman a diario a manos de hombres, y cuántos hombres palman a diario en guerras para defenderos a vosotras? ¿Cuántos hombres palman a diario a manos de delincuentes y/o por accidentes laborales a los que no dedican ni un renglón en los periódicos? Y a todo esto, ¿cuántas veces te han matado a ti?

- Sería maravilloso.

Sí, hasta que os pique la entrepierna. Ah, no, que ya usáis falos ecológicos fabricados con caucho procedente del reciclado de neumáticos de camiones.

- Habría menos violencia.

¿En base a qué enjundioso estudio llega a semejante conclusión, palurda? La violencia psicológica que ejercen las mujeres es devastadora, y eso sí está más que comprobado.

Mientras las sufragistas exigían el voto para las mujeres- ojo, solo para las de un estatus social determinado- los malvados opresores caían como moscas en las trincheras. No obstante, más de una dirá que, naturalmente, caían como moscas porque la violencia y la guerra son patrimonio exclusivo de los hombres si bien dudo que los de la foto opinen lo mismo

En fin, no voy a aburrirles con la infinidad de gilipolleces que sueltan estas empoderadas criaturas que se pasan la vida pegadas al esmarfon colgando sus paranoias en el Tictoc ese. Pero lo más divertido empieza cuando el ciudadano entrevistador les replica, y las desafía a que le digan cómo llevarían a cabo la infinidad de trabajos que hacen los hombres, porque hay una cosa cierta que hasta muchas mujeres reconocen: no hay un solo trabajo, NI UNO, desempeñado por mujeres que los hombres no sepan o puedan realizar. Sin embargo, hay cantidades masivas de trabajos que las mujeres no saben o no pueden realizar. Sea como fuere, las inopes mentales estas, sin echarse atrás, responden memeces aún más surrealistas:

- Las mujeres podemos hacer lo mismo que los hombres- afirman levantando altivamente la cabeza como una walkiria dando la bienvenida a la Valhalla a los memos caídos en combate por defender a sus familias.

Si el ciudadano entrevistador no se rinde y les da contrarréplica, la soberbia se les empieza a evaporar:

- ¿Quiénes trabajarían de albañil, o de pocera, o en las labores del campo, o de repartidora de butano, etc.?

- Ay... no sé...- dice una.

- Estoooo... Bueno, sería cuestión de ponerse- supone otra.

- (...........)- calla otra, mirando al cielo a ver si una ángela la ilumina.

Si estos malvados machistas opresores dejaran de deslomarse y jugarse la vida en mitad del océano y se largasen a Raticulín, en un mes todas en bici. Eso sí, sería muy ecológico, aunque creo que ir de Cádiz a La Coruña en bicicleta debe ser muy fatigoso

Y si el ciudadano entrevistador quiere apuntillarlas, les pregunta que, caso de verse atrapadas en un fuego, quién preferiría que fuese en su auxilio, una congénere o un bombero de 1'90 que se machaca a diario en el gimnasio y la podría llevar bajo el brazo como quien lleva un crío de teta.

En ese caso, la mayoría suelen optar por mantener la boca cerrada ante la obviedad de una respuesta que se niegan a querer dar porque sería reconocer que son imbéciles. No obstante, alguna que otra resiste con tesón y suelta la enésima idiotez:

- Bueno, si la bombera ha pasado las pruebas de acceso es que puede salvar a cualquiera, ¿no?

Que sí, que las comparaciones son odiosas pero, díganse la verdad:
si las cosas se han puesto chungas de cojones, ¿cuál de los dos
primates de la foto querrían que acudiese en su auxilio?

Pero lo que casi todas quieren ignorar, o igual es que lo ignoran de verdad, es que las pruebas para mujeres son mucho menos exigentes para ellas que para ellos, y que una mujer, por mucho que se machaque en el gimnasio, carece de la masa muscular de un hombre y, lo más importante, del arrojo viril proporcionados por la testosterona, y eso es así porque lo ha dispuesto la Naturaleza. No es culpa de ellas, ojo, sino una mera cuestión biológica que el hembrismo rampante se niega, no ya a reconocer, sino también a mencionar. Les guste o no, los machos mamíferos son superiores físicamente a las hembras, y eso lo vemos en los humanos, los felinos, los vacunos, los caprinos, los bovinos, los cánidos e incluso en los cetáceos y los paquidermos. Dime, alma de cántaro, ¿cómo una bombera de 60 kilos y 1'65 de estatura va a tener la misma capacidad física que un bombero de 85 kilos y 1'80 de estatura?

Bueno, supongo que muchos de los que me leen habrán visto más de una vez este tipo de vídeos, de modo que no hace falta explayarse más en el introito que les he expuesto para ponernos en contexto. Sea como fuere, lo cierto es que el tenebroso experimento de ingeniería social basado en destruir el principal pilar de la sociedad, la familia, ha calado en las generaciones más jóvenes féminas, que son las encargadas de seguir perpetuando la especie. Hablamos de mujeres de hasta 30 años que están en edad fértil (a partir de los 35 el huerto empieza a secarse) y a las que se ha incrustado un odio acérrimo hacia los hombres, hasta el extremo de que nos consideran menos juguetes sexuales y/o proveedores de sus caprichos. De formar una familia tradicional, nada de nada, mientras que los hombres de la misma generación se siguen rigiendo por los mismos valores que sus abuelos en ese sentido: buscar una mujer con la que formar pareja, tener hijos y, en fin, lo habitual desde hace mogollón de miles de años. 

¿Cómo es posible que millones de mujeres hayan llegado a comulgar
con estas consignas absurdas y hayan sido cegadas por el odio?
Bien, el discurso de estas criaturas con idiocia cronificada ya sabemos cuál es. Básicamente, ellas pueden hacer lo mismo que nosotros, son independientes de nosotros, tienen su trabajo, su casa, sus amiguitas, sus admiradores en las redes sociales y, por supuesto, si les arde la entrepierna lo tienen muy fácil para refocilarse con cualquier pardillo porque, innegablemente, en esas cuestiones llevan las de ganar. Las hembras de todas las especies ejercen una irresistible atracción sobre los machos, y con las homínidas ocurre lo mismo si bien, a causa de las leyes demenciales dictadas en los últimos años, cada vez son más los seguidores de la MGTOW, acrónimo de "Men going their own way", los hombres que toman su propio camino, una filosofía o modo de vida por el que pasan totalmente de las mujeres y que crecen de número a una velocidad increíble. De hecho, yo me sumé hace tiempo a esa forma de vida, cuando mi paciencia con el mujerío se vaporizó, y doy fe de que mi existencia es ahora infinitamente más apacible, satisfactoria y plena porque hago literalmente lo que me sale del níspero sin tener a mi lado a una hembra reprochándome, protestándome y dando el coñazo todo el día. Esto corrobora el hecho de que el principio de acción y reacción funciona, y que muchos hombres se han hartado de ser los malos de la película porque así lo dictan cuatro misándricas mal o nada folladas que vomitan odio contra nosotros. De hecho, muchas mujeres ya empiezan a notar los efectos de la reacción a su acción, porque los tíos huyen de ellas como de la peste ante la amenaza de una denuncia por acoso o violación para, simplemente, vengarse de algún desaire. Ya sabemos que las hembras son asaz viscerales y rencorosas.

Bueno, pasemos ya a la enjundia del tema, que para luego es tarde. ¿Qué pasaría si, de repente, 17 millones de naves provenientes de Raticulín evacuaran a todos los hombres del mundo incluyendo los neonatos? Respuesta: las habitantes exclusivas del planeta, uséase, las mujeres, tardarían menos de un año en desaparecer, o quizás antes. ¿Qué cómo me atrevo a afirmar semejante dislate, cuando las líderes feminazis juran por sus brechas salariales que ellas son iguales o superiores a los hombres? Pues me atrevo y, además, con argumentos, cosa que ellas no hacen ya que basan su discurso en dogmas y mantras totalmente falsos y artificiosos. Ojo al dato:

A ver, que igual me falla la vista... ¿Aparece alguna señora o
señorita en esa foto? Creo que no
Estas lerdas que con tanto vigor aseguran que un planeta sin hombres sería un Edén parten de una base errónea, que es el ambiente en el que ellas se desenvuelven: ciudades provistas de todo, tiendas llenas de todo, luz, internet, agua corriente, automóviles, transportes públicos, etc. Sin embargo, en su idiocia calcificada no se han percatado de un detalle: ¿quiénes son los que han construido los edificios, las calles, el alumbrado, etc.? ¿Quiénes conducen los camiones de reparto? ¿Quiénes hacen que haya electricidad? ¿Quiénes trabajan en la industria petrolífera para que haya combustible para coches, autobuses, trenes, aviones, etc? ¿Quiénes cultivan el campo? ¿Quiénes mantienen la ganadería? Criaturas, el mundo que conocéis lo han construido los hombres. Sí, los malvados heteropatriarcas opresores que os mantenían encerradas en casita pariendo críos mientras ellos se daban la vidorra padre ahogándose cuando el pesquero donde curraban se hundía, cayéndose desde 50 metros de altura desde una torre de alta tensión, palmando por millones en las guerras, cultivando, sembrando, cosechando, trillando, aventando, ensacando, moliendo y amasando el trigo para que comieseis pan, asfaltando una calle a más de 50º para que a vuestros utilitarios guais no se le jodiese la suspensión, poniendo ladrillos en un andamio de 10 pisos de altura sin arnés para que tuvieseis un techo. El esmarfon de última generación con el que colgáis chorradas en el Tictoc lo inventó un hombre. El utilitario guay lo diseñó un hombre. Hasta el tinte con que os quemáis la melena lo fabrica un hombre. Que sí, que hay alguna mujer en el ajo, pero son la excepción, no la regla.

En esta creo que tampoco...
Pero vayamos un poco más allá de los tópicos que se suelen repetir. El verdadero problema ante un mundo sin hombres es que las máquinas, las herramientas y todo lo que sirve para fabricar lo que sea están ideados para ser manejadas por hombres, lo que indudablemente es una muestra más de que el heteropatriarcado se las ha ingeniado para que las mujeres no puedan manejarlas, por lo que la culpa de que las máquinas solo puedan usarlas los hombres es de los hombres. Un ejemplo: apenas un 11% de mujeres se dedican a cuestiones agrícolas, si bien no se especifica en la estadística en qué oficio concreto aunque no hace falta ser muy sagaz para deducirlo: recolectoras y operarias en factorías de procesamiento de productos agrícolas. Lo cierto es que yo no he visto nunca una mujer en un tractor o una cosechadora. Entonces, cuando empiecen a escasear los productos de la industria primaria, ¿qué pasará? El tractor está diseñado para que lo manejen hombres, que son los que pueden montarle una grada que pesa un huevo, o los contrapesos delanteros que pesan dos huevos (más de 100 kg. en algunos casos). Ahora, la lista de turno me replicará afirmando que ese trabajo pueden hacerlo entre varias mujeres, o que pueden fabricar tractores aptos para mujeres. Cierto, pero el problema es que la maquinaria destinada a fabricar tractores también está diseñada para que la manejen hombres, por lo que tendrían que partir literalmente desde cero, uséase, fabricar máquinas sin máquinas adecuadas. Resultado: vuelta al arado de toda la vida.

En esta tampoco...
Un matadero. Aparte de que pocas mujeres aceptarían matar animalitos porque es algo que les produce espanto, las máquinas para despiece son mamotretos que pesan horrores porque están diseñadas para que sean manejadas por hombres. Resultado: liarse a hachazos y tardar un día entero en cuartear una res, porque tendrían que usar un hacha pequeña ya que las grandes son demasiado pesadas para ellas. En cuestión de semanas, el veganismo se impondría por pura necesidad. Se acabaron los chuletones, ñoras...

Una obra. Los sacos de cemento pesan 50 kg. Una carretilla llena de ladrillos te deja los lomos pelín doloridos, y cuando tienes que lanzar 300 uno a uno al colega situado en el piso superior, los brazos parece que se te caen al suelo. ¿Qué tal abrir una zanja a pico y pala porque está en un sitio donde no entra una excavadora? ¿Y remover continuamente con el palaustre el mortero de un cubo de goma para que no se asiente? La muñeca duele que te cagas si no estás habituado.

Vámonos de pesca. Temporal chungo. El barco se menea una cosa mala, a pesar de lo cual hay que estar en cubierta para sacar las redes. Un golpe de agua puede lanzarte por la borda y adiós muy buenas. ¿Y qué tal los que se meten en las almadrabas a trincar atunes de 200 kilos muy cabreados?

En esta seguro que no. De hecho, unos segundos antes esa alcantarilla estaba
hasta la boca inundada por un líquido con un inquietante color marrón
grisáceo. El primate que asoma la cabeza estaba sumergido en el mismo
Hay que ver lo que pesa una bombona de butano, y si son dos pesan el doble, y tienes que subirlas a un 4º piso sin ascensor. Son las dos de la tarde, mes de julio, sensación térmica de 53º. Pero eso da lo mismo. Hay que subir las bombonas porque, de lo contrario, el cliente llamará muy cabreado al distribuidor y el butanero será puesto de patitas en la calle en cuando llegue de repartir.


El tractor ha pinchado la rueda gorda. Hay que desmontarla y llevarla rodando hasta la máquina. Pero la rueda, que por sí pesa una burrada, lleva dentro unos 200 litros de agua o más, dependiendo de su tamaño. Si no tienes la pericia necesaria, la rueda se caerá, y hay que levantarla. Horrrrrrrrible, ¿no? Y encima, a causa de la mugre y la tierra acumulada entre llanta y neumático, hay que echar mano al desmontador para despegarlos y que la máquina pueda entrar en acción. Chungo, ¿qué no?

El tenebroso subsuelo, donde circulan las aguas negras. Levantar la tapa cuesta lo suyo. Unos 120 kilos de hierro colado al que un hombre fuerte le cuesta trabajo tirar de ella con una gavilla en forma de gancho. Métete dentro, donde la fragancia embriagadora no te satura la pituitaria y el desayuno desearía abandonar tu estómago. Y hay ratas. Ejércitos de ratas negras correteando, nadando, saltando... Y no, ponerte una mascarilla humedecida con Nenuco no va a servir de nada.

¿Mola sacar petróleo? Los currantes de las plantas o plataformas petrolíferas tienen que manejar tubos y utillaje que pesan una burrada, y nada de tomárselo con tranquilidad porque el tiempo apremia. Cargan un petrolero, lo llevan a una refinería y, finalmente, el conductor del camión que suministra a la gasolinera tiene que sacar unos tubos gordos y pesados que hay que conectar a la cisterna y al depósito de la gasolinera. Resultado, vuelta al troncomóvil.

¿Alguna se anima? Total, son 52 kg. de nada...
En fin, podría estar dos meses enumerando trabajos en los que esas mujeres que quieren vernos desaparecer no podrían o tendrían muy difícil llevar a cabo. Y no es culpa del manido heteropatriarcado, ni del machismo, ni nada similar. Es cosa de la Naturaleza, que ha hecho evolucionar a los machos mamíferos con una serie de capacidades destinadas a proveer y proteger a su clan. No pretendan subvertir un orden establecido por una evolución de millones de años, porque es simplemente imposible. Tendrían que pasar cientos de miles de años para que las hembras humanas se acercasen un poco a los machos, y para entonces ya se habrían extinguido porque durarían a lo sumo cuatro generaciones ya que los que ponen la semilla se largaron a Raticulín a vivir apaciblemente y a refocilarse con androidas sumamente complacientes a las que nunca les duele la cabeza, nunca protestan y siempre hacen lo que les pidan. Luego las desenchufan y a roncar como un oso satisfecho.

En el momento en que se vaciasen los supermercados y los almacenes de los distribuidores de alimentos empezarían a pasar hambre. En el momento en el que se agotasen las reservas de combustible, adiós al transporte, la calefacción, la electricidad, etc. Pero no ya por el hecho de que no puedan o dejen de poder producir alimentos y energía, sino porque no sabrían como hacerlo porque los que manejaban el tractor, los pesticidas y los barcos que transportaban el petróleo habrían desaparecido antes de explicarles como funciona la cosa. 

Es injusto que a las señoritas las releguen a pintar uñas mientras que
a los machistas opresores los premien permitiéndoles soldar bajo
el agua, que es la hostia de emocionante
Resumiendo: un mundo sin hombres sería un mundo condenado a muerte en el mismo instante en el que el último de ellos se subiese a la última nave enviada desde Raticulín. Vuestra Arcadia femenina, vuestra Lesbos planetaria, tardaría pocos meses en empezar a desmoronarse. La mayoría de vosotras, dulces criaturas, no sabéis ni cambiar una rueda, arreglar un enchufe, pescar ni un boquerón, o sembrar otra cosa que no sean bulbos de gladiolos. La mayoría de vosotras sois presa del pánico ante la visión de un ratón, o por oír un ruido rarito, u os bloqueáis en situaciones de peligro porque la biología no os ha diseñado reaccionar adecuadamente. A la mujer le gusta, aunque se niegue ahora a reconocerlo, sentirse protegida por un hombre. La estampa habitual es la de la mujer acurrucada en el sofá, con su hombre echándole el brazo por encima (¿alguien ha visto o experimentado la imagen opuesta alguna vez?). Si ocurre algo raro en la calle, de inmediato buscará su protección, mientras que el hombre se interpondrá de forma totalmente instintiva entre ella y el peligro, y la abrazará para hacerla sentir segura.

Foto obviamente manipulada para que parezca
que ese malvado padre muestra afecto por su
nena. Igual es un degenerado pedófilo, quién sabe
Y concluyo, que ya he escrito bastante. Ya que tanto anheláis un mundo sin hombres, ¿os gustaría ver partir hacia Raticulín a vuestros padres, hermanos, hijos y maridos/parejas? ¿Todos son maltratadores, opresores y violadores? ¿Es un maltratador ese padre que se ha deslomado para sacaros adelante sin que os falte de nada? ¿Es un violador ese hermano que le ha partido la cara al chulito que os tiraba del pelo en el cole? ¿Es un opresor ese hijo que durante nueve lunas habéis llevado en vuestro seno?

Estúpidas. Os habéis dejado lavar la sesera por cuatro locas con los sobacos teñidos de morado sin daros cuenta de que solo querían montar un chiringuito para vivir sin doblarla a costa vuestra. Pero ya estáis empezando a notar los nefastos efectos de vuestra estulticia palmaria. Dentro de un lustro, cuando ni un malvado opresor os haga puñetero caso, maldeciréis la hora en que os dejasteis llevar por una ideología tóxica como pocas se han visto en la historia. Y entonces, ajo y agua, por imbéciles. Anda y que os den.

Hale, he dicho

CETERVM CENSEO PETRVM SANCHODICI ESSE DELENDAM

O volvemos a esto o, aunque los hombres no nos vayamos a Raticulín, el mundo occidental se irá al carajo en dos o tres generaciones. Si la rojambre  y la progresía antisistema sigue propalando su tóxica maldad, nuestra sociedad está condenada a extinguirse o, peor aún, a ser dominada por las que pasan de gilipolleces feministas y engendran hijos, conservando a ultranza la familia como núcleo principal

martes, 26 de marzo de 2024

HISTORIAS DE LA MILI. DE CUERNOS E INFIDELIDADES

 


Amados hermanos en Cristo, me temo que para seguir haciendo relleno tengo que continuar recurriendo a anécdotas castrenses. Seis articulillos, seis, tengo empezados y por mi vida que llevo unos meses más atocinado que un morlaco aculado en tablas pidiendo la muerte. En fin, es lo que hay. Con todo, al menos dispongo de un extenso surtido de narraciones- todas rigurosamente ciertas, doy fe- de las peripecias sufridas por mí o por conocidos en los ambientes cuarteleros que tanto me gratificaban el espíritu porque, como ya saben soy un militar frustrado que lleva la torta de años arrepintiéndose de haber perdido la baja del ejército. ERRARE HVMANVM EST, y en este caso erré de forma incluso inhumana, pero la vida no da nunca segundas oportunidades más que en las películas. Bueno, a lo que vamos...

Esta peculiar historia no la viví yo personalmente, sino que me la contó con pelos y señales un teniente coronel de Infantería de Marina que servía en San Fernando, en la provincia de Cádiz. Conocí a este BELLATOR en el campo de tiro del Puerto de Santa María, donde acudía con cierta frecuencia porque allí había un ambiente mucho más sano y fraternal que en Sebiya, donde abundaban los que, como decía el inefable visir Iznogud, estaban deseando ser presidente en lugar del presidente. Presidente de la Federación Andaluza, se entiende. Puñaladas traperas se daban constantemente, villanías sin cuento se perpetraban, y al final pagábamos los federados, que estábamos hasta los cojones de aquel juego de tronos de chichinabo, porque la presidencia no daba más que para algún viajito a Madrid con los gastos pagados y algún almuerzo con el politicucho de turno. 

El teniente coronel en cuestión era un sujeto bastante divertido. Odiaba a su suegra de forma palmaria, rotunda e inexorable, sentimiento que era recíproco, como no podía ser menos, y yo me partía la caja escuchándole las putaditas que se hacían mutuamente ante la total impotencia de su cónyuge, que ya no sabía de lado de quién ponerse. En fin, lo cierto es que me lo pasaba bien escuchándole narrar sus historias mientras nos regalábamos el gaznate con zumo de cebada bien frío en el bar del polígono de tiro. 

Un día, no recuerdo a santo de qué, salió a relucir el tema de las vasectomías que, por aquel entonces, empezaron a ponerse de moda entre los ciudadanos hartos de fornicar con el miembro viril forrado de látex o de practicar el pecado de Onán que, contrariamente a la común creencia, no consistía en machacársela como un bonobo en celo, sino el COITVS INTERRVPTVS, vulgo marcha atrás. Así pues, para satisfacer a la propia sin riesgo de preñeces indeseadas o incluso de refocilarse con la querida sin que esta pudiera aparecer un mal día con un crío acusándote de ser el progenitor, la cosa es que hubo una avalancha de primates deseosos de pseudo-castrarse, y más si, como en el caso que nos ocupa, el interfecto ya tenía más que cumplidos sus deberes para la propagación de la especie.

El fulano en cuestión era un brigada, también de Infantería de Marina, cuya parienta había engendrado la escandalosa cifra de seis retoños. Al parecer, era una de esas prolíficas hembras a las que basta husmear la bragueta del maromo para quedar preñadas de forma inexorable. El abnegado suboficial, cuya soldada no daba para mucha virguerías, las pasaba putas para llegar a fin de mes sacando adelante a aquella tropa que, como todos los mocitos, devoraban como pirañas, la ropa se les quedaba pequeña en meses y, encima, había que pagarles los estudios. Por lo visto, la parienta no podía tomar píldoras anticonceptivas por no sé qué contraindicación hormonal, así que al brigada solo le quedaban dos opciones para cumplir el débito conyugal de manera satisfactoria: seguir forrándose el pito de goma con el consiguiente riesgo de rotura y esparcimiento del licor seminal en el útero o, si quería garantías absolutas, cortar por lo sano y cercenar el conducto deferente, cerrando así el paso a la legión de bichitos cabezones con cola que solemos fabricar los hombres para atacar sin piedad los óvulos mujeriles. Con seis críos sanos es evidente que se decidió por la segunda opción.

Total, que el brigada se largó al hospital militar de su circunscripción a pedir cita al urólogo y manifestar su deseo de ser esterilizado. El urólogo le replicó que no había problema pero, contrariamente a las normas de los hospitales civiles en aquella época, a los que solicitaban una vasectomía se les hacía previamente un análisis para comprobar si, en efecto, sus testículos aún estaban operativos y cualificados para seguir fabricando bichitos con cola. El brigada, extrañado ante aquel protocolo, preguntó el motivo del mismo. El galeno le explicó que, cuando se trataba de hombres ya maduros, había ocasiones en las que la capacidad reproductiva había menguado por completo, y que lo que emitían al eyacular contenía bichitos totalmente inútiles, o bien que, por cualquier enfermedad padecida en algún momento, se hubiesen quedado estériles. Esta prueba previa no tenía otro fin que comprobar si, en efecto, el solicitante seguía siendo fértil ya que, de lo contrario, tanto él como el Ejército se ahorraban, uno el mal rato, y el otro el dinero de la intervención.

El brigada se tuvo que resignar y sentirse un poco avergonzado, como nos pasaría a cualquiera, cuando una enfermera le dio un bote y una revista bastante manoseada llena de imágenes de señoritas de formas rotundas como su madre las trajo al mundo para estimular su libido. Le señaló una pequeña habitación donde podría ejercer de bonobo en celo y, al cabo de pocos minutos, nuestro hombre salió con la jeta amoratada a causa del esfuerzo, las prisas y la vergüenza. Hizo entrega del bote y la revista ante la total indiferencia de la enfermera, a la que la visión de botes llenos de bichitos con cola le daba una soberana higa, y le dio cita para que, pasados unos días, volviera a recoger los resultados y el dictamen del urólogo, que por cierto era comandante médico.

Llegado el día, el brigada se personó en la consulta del urólogo, que muy sonriente lo invitó a sentarse y tal. Abrió una carpeta y, ante la jeta cuadriculada del suboficial, emitió su diagnóstico.

-Güeno, una buena notisia, brigada- dijo sin saber la tormenta que iba a desencadenar-. No se tié uhté que operá. É uhté ehtéri, no pué tené hijoh.

Obviamente, el urólogo no estaba al tanto de la abundosa prole del brigada, que no sabía si ponerse blanco como una tapia o colorado como un tomate.

-¿Cómo que no pueo tené hijoh, mi comandante? ¡Tengo séi ná meno!

El comandante se quedó perplejo ante aquella réplica.

-Imposible- insistió-. É uhté ehtéri.

-Po será de un tiempo pa'cá, hohtia, porque a vé quién sino ha preñao a mi mujé.

-A vé, creo que no m'ha entendío, brigada...- musitó el urólogo sin saber cómo soltarlo-. É uhté ehtéri de nasimiento. Uhté no ha podío engendrá en su vía.

El brigada no sabía cómo tomarse aquello, y el comandante no atinaba a explicarle que, tras el análisis, era patente que padecía alguna tara de nacimiento que le impedía procrear. El suboficial, al que le iba a dar un soponcio, hasta sacó una foto familiar de la cartera y se la enseñó al médico.

-¡Pero, mire uhté, mi comandante, si tó tien mi cara, cohone!- protestaba enseñando la dichosa foto en la que, en efecto, aparecían seis chavales que eran clavados a su padre.

-Mire uhté, brigada- concluyó el urólogo, que ya empezaba a maldecir la hora en la que mandó analizar el semen del tipo aquel, al que si le hubiesen hecho la vasectomía sin tantas historias se habría largado tan tranquilo-, uhté ha nasío sin posibilidá de fabricá ehperma. No tengo ni idea de quién carajo son loh crío, pero le aseguro que de uhté no son. Pregúntele a su mujé. 

El brigada salió del hospital como un miura picado de tábanos, y con lo que rumió camino de su casa llegó como un rinoceronte en pleno brote psicótico. Como es lógico, se encaró con la parienta pidiéndole explicaciones. Al parecer, al principio la mujer se hizo la nueva, como no podía ser menos. A los dos minutos se hizo la ofendida por poner en duda su decencia, y a los cinco minutos, cuando el brigada le soltó la primera tanda de hostias (hoy día, además de cornudo, se vería camino del trullo por malvado heteropatriarca maltratador), confesó una verdad que, imagino, a aquel pobre hombre le debió sentar como una coz en el hígado. Los seis críos, los seis retoños por los que llevaba años luchando para sacar adelante, a los que velaba cuando se ponían pachuchos, a los que quería más que a su vida, eran de su hermano, y de ahí el parecido en la foto que mostró al médico. La parienta había estado toda su vida matrimonial refocilándose con su cuñado (¡Ay, los cuñados...!), y no la había dejado preñada una, ni dos, ni tres, sino seis veces. La mujer, que ni podía imaginar que su marido era estéril de nacimiento, pues no se preocupaba de poner medios para evitar embarazos inexplicables ya que el brigada, además, era de los que gustaban de verse de viejo con una tropa de nietos destrozándolo todo a su alrededor. En resumen, un desastre.

Tras jurarle venganza y tal, dejó al pendón de la parienta llorando a moco tendido victimizándose un poco, como suelen hacer la mujeres aún siendo culpables, y se largó en busca del hermano, con el que tuvo un cambio de impresiones extremadamente violento, como ya podrán imaginar. Está de más decir que el vínculo fraternal quedó totalmente vaporizado PER OMNIA SECVLA SECVLORVM, y que al día siguiente el brigada ya estaba en un despacho de abogados para iniciar los trámites de divorcio. Si no recuerdo mal, en aquella época aún no estaba vigente el divorcio sin más, sino que tenía que pasar un determinado tiempo de separación legal por si la cosa se arreglaba y, de lo contrario, cumplido ese plazo se procedía a la disolución del vínculo. Y, naturalmente, una vez justificado ante el juez que los críos no eran suyos, no solo se libraba de aquella arpía, sino de tener que seguir manteniéndolos por mucho que le doliera porque, al cabo, los quería como hijos. 

Dejando aparte lo chusco de la historia, que parece sacada de una comedia española de los 80 aunque es totalmente verdadera, lo cierto es que aquello fue un drama de categoría. Ver de repente que tu mujer, a la que has amado y respetado, te la ha estado pegando durante años, y no con un extraño, sino con tu propio hermano, debe ser algo demoledor. Y ver que tus seis queridos retoños son los seis bastardos que el hideputa de tu hermano ha puesto en el mundo con la colaboración del putón de tu mujer, ni te cuento.

En fin, así de jocosa y, a la par, terrible fue esta historia. Mi conocimiento de todos los detalles no son producto de mi imaginación, sino de que el brigada servía en la unidad del teniente coronel que me contó el drama y que fue su paño de lágrimas y se tuvo que tragar de cabo a rabo esta ominosa historia de cuernos, infidelidades y, lo peor de todo, de traiciones por parte de las personas que más puedes querer: tu mujer y tu hermano.

CETERVM CENSEO PETRVM SANCHODICI ESSE DELENDAM

Hale, he dicho



jueves, 29 de febrero de 2024

Historias de la mili. La gilipollez también se paga, y cara

 


Ese chisme que ven en la foto superior es una pistola Star modelo A de calibre 9 mm. Largo o, si los puristas lo prefieren, 9 mm. Bergmann o 9x23 mm., es decir, un cartucho con una bala de 9 mm. de calibre y una vaina de 23 mm. de largo. Así, a bote pronto, muchos la identificarían como una Colt 1911 A1 y, ciertamente, no estarían muy desencaminados tanto en cuanto el diseño de la Star estaba sumamente inspirado en el de la mítica pistola yankee. Básicamente, sus mecanismos y funcionamiento eran similares salvo en un detalle: la española carecía de seguro de empuñadura- un accesorio que a mi entender no sirve de nada- y la yankee sí, quizás porque cuando se diseñó a principios del pasado siglo todo quisque usaba revólver y convenía que el personal se habituara a empuñar correctamente el arma para no soltarle un balazo al cuñado más cercano. La Star era una pistola espléndida, sólida, fabricada íntegramente por mecanizado, no a base de microfusión o polímeros. Era un tocho de 1 kilo de peso que nunca fallaba aunque tuviera mugre a espuertas, y alojaba un cargador con capacidad para 8 cartuchos, suficientes para liquidar a 7 enemigos y dejar la última bala para ti si las cosas se ponían chungas porque, junto a los 7 enemigos difuntos, había 84 más vivitos y coleando dispuestos a convertirte en pinchitos morunos.

Bien, esa era el arma corta reglamentaria en el Ejército del Aire, actualmente también del Espacio (¿o era de la Galaxia?) por obra y gracia del autócrata megalómano y alevoso que nos tiraniza, en la época en que ocurrió esta historia de la mili. De hecho, fue la coprotagonista. Veamos...

INTROITO

A los probos guripas que eran destinados a la Policía de Aviación se les sometía a un breve pero intenso entrenamiento dedicado exclusivamente a cuestiones derivadas con el servicio que iban a prestar. Prácticas de tiro con pistola y subfusil, reducción, cacheo y conducción de presos, algunas nociones de defensa personal incluyendo técnicas para estrangular, degollar y romper cuellos ajenos, y a un manejo más enjundioso de las armas que a los guripas normales que, salvo durante las prácticas de tiro durante el período de instrucción, solo volverían a tocar un CETME para el llamado "martes militar", un día en el que el resto de escuadrillas se paseaban un rato por el patio de armas para no olvidar como marcar el paso o marchar en formación con el fusil al hombro. Obviamente, se llevaba a cabo los martes.

Bueno, pues una de las cosillas que enseñaban en la policía, y en la que los instructores insistían bastante, era que, en caso de encañonar a alguien, sobre todo si se hacía con una pistola, se mantuviera una distancia tal que, en caso de despiste, el enemigo no pudiera agarrar el arma. En el caso de la pistola se debía, no solo porque podría arrebatártela, sino porque podría incluso impedirte disparar por una cuestión mecánica: si empujaba la corredera hacia atrás los escasos milímetros que permitía el arma estando amartillada, desconectaría el disparador, y por mucho que apretases el gatillo no se produciría el disparo. De ese modo, mientras uno apretaba el gatillo como un poseso pero infructuosamente, el enemigo podría patearte bonitamente, derribarte y, una vez reducido, te quitaba la "cacharra" (pistola en argot castrense) y te volaba los sesos con tu propia arma. 

Forma correcta de empuñar el arma a una mano. Por cierto
que el pellizco que te daba el martillo al retroceder la corredera
cuando disparabas era asaz doloroso

El sargento Mostachos, un suboficial bastante chulesco, desagradable y con aspecto de bandido mejicano o esbirro de Pancho Villa, se encargaba de demostrarlo tomando una pistola- sin munición, obviamente- la amartillaba y, a continuación, apretaba el extremo de la corredera con la palma de la mano izquierda. A continuación apretaba el gatillo y, en efecto, no disparaba. Luego, señalaba como voluntario al guripa con jeta de seminarista más birrioso del grupo, le ordenaba encañonarlo y, finalmente, mostraba al personal como, agarrando la muñeca de la mano derecha y propinando un fuerte empujón al arma, el seminarista birrioso no podía disparar para, finalmente, ser derribado haciéndole un barrido para provocarle una costalada clase A-extra superior. En resumen, a todo el personal le quedaba bastante claro que, caso de tener que encañonar a algún malvado, lo más sensato era situarse al menos a un par de metros, y caso de que el malvado intentase avanzar, pues se le soltaba un balazo en plena jeta y a otra cosa, mariposa.

Bien, llegados a este punto, más de uno se preguntará qué carajo tienen que ver la dichosa pistola y la instrucción policial con la gilipollez palmaria que, por desgracia, campa a sus anchas por el planeta desde que Caín apioló al memo de Abel pensando que, como solo había cuatro habitantes en la Tierra, no habría testigos del parricidio. Pues a eso vamos...

HECHOS

Pocas cosas hay más aplatanantes y aburridas que una guardia. Las dos horas de puesto se hacen eternas. Miras el reloj, al cabo de un laaaargo rato vuelves a mirar, y resulta que la jodida manecilla del minutero solo ha avanzado un palito o dos. Cuando por fin llega el relevo, el relevado siempre protesta enérgicamente porque le han "rateado" (en argot, han llegado tarde, endosándole unos minutos extra de puesto), mientras que el cabo de guardia lo manda a callar so pena de mandarlo a fregar las letrinas antes del cambio de guardia. Eso sí, las dos horas de descanso pasan volando, bicheando con mirada lasciva revistas de señoritas frondosas en pelota picada con las hojas mugrientas y especialmente manchadas por la zona del póster central, jugando a las damas o, simplemente, dormitando un rato o zampándote el bocata que mamá te ha preparado con todo su cariño para que no caigas víctima de una hipoglucemia por currar tanto.

Durante la noche, como suele estar oscuro y nadie te ve, pues el personal se entretenía fumando- eso sí, ocultando el clavillo con la mano para que no te vieran a dos kilómetros- o escuchando la radio con un pinganillo. En aquella época, cada guripa tenía su transistor sí o sí. Hoy día, con los esmarfones esos, un regimiento enemigo se colaría en una base mientras el centinela intercambia guasas llenos de pasión con su novia, que le responde con fotos de sus maravillosas y turgente tetas que el guripa le devuelve con otras mostrando su miembro viril morado como una berenjena y tieso como un ariete. Eso daría como resultado un apareamiento o coito virtual que, las cosas como son, harían las dos horas de puesto más... gratificantes.

Pero en aquellos tiempos no había esmarfones y las novias eran muy decentes y no mostraban sus tetas así como así, por lo que el único recurso para combatir el aburrimiento era escuchar programas deportivos en los que solo se hablaba de balompié o, caso de un calentón, sacar del bolsillo alguna foto cochina y recurrir a la autoayuda manual para aliviar los humores viriles que, con 18 o 20 años, son abrumadoramente irritantes. Sin embargo, el centinela de Acceso Base lo tenía crudo. Como pueden ver en la foto de cabecera de mi relato anterior, dicha garita estaba junto al cuerpo de guardia, por lo que no podía fumar ni escuchar la radio, no fuese a aparecer el oficial de guardia a estirar las piernas y te metiera un paquete. Además, en los turnos de día, ese puesto lo cubría una pareja, pero de noche había un solo centinela porque, como no había movimiento de personal, no hacían falta dos guripas para controlar y anotar en el estadillo los que entraban y salían. Resumiendo: el fulano de Acceso Base se aburría como un galápago. Su única ventaja era que jamás le rateaban porque estaba a 15 metros del cuerpo de guardia y el relevo siempre era puntual.

Bien, tras ponernos en contexto, demos paso al otro protagonista de esta historia, el soldado que llamaremos Obtuso. El soldado Obtuso era un ciudadano extremadamente enjuto, de esos que cuando caminan parecía que el uniforme flotaba solo. Piel tan pálida que podría leerse la Biblia a través de su mano y un bigotito que más bien parecía un desfile de hormigas que la densa pelambre subnasal del sargento Mostachos. Obtuso estaba destinado en el tercer turno, que era el que entraba de guardia a las 23:00 horas y era relevado a las 07:00. Dentro del turno, Obtuso estaba destinado precisamente a Acceso Base, por lo que tenía garantizados dos períodos de dos horas cada uno en los que ni siquiera podía sentarse dentro de la garita ante el riesgo de quedarse dormido y ser despertado con el colchón a cuestas camino del caleto (el calabozo), donde pasaría un mes entero mirando al techo y con la fecha de la licencia tres meses más lejos. 

Aparte de eso, Obtuso era de esos malos ciudadanos que detestaban el servicio militar, y si se alistó como voluntario fue para quedarse en Sevilla y no verse enviado a la otra punta de España. Y encima de que odiaba profundamente la mili, van y lo destinan a la Policía, y dentro de la Policía al tercer turno, y dentro del tercer turno, a Acceso Base. Es obvio que el karma del soldado Obtuso se cebó con él, porque hasta los guripas de Torre Cooperación o Garita Sur- que eran como estar en mitad de la nada- lo pasaban mejor con sus transistores y fumando Celtas o Winston de contrabando a porrillo.

Un mal día, no quedó claro si como consecuencia del aburrimiento o con la intención de obtener una baja prematura en el ejército, a Obtuso no se le ocurrió otra cosa que comprobar si aquella historia que contaba el sargento Mostachos acerca de que, si se apretaba la corredera, la pistola no disparaba, era cierta. Pero Obtuso, haciendo honor al mote que le he puesto, no se limitó a amartillarla con la recámara vacía, sino que la cargó. A continuación apoyó la palma de la mano derecha- ojo, era diestro, por lo que era su mano útil- empuñando la pistola con la izquierda. Apretó la corredera, apretó el gatillo y, no se sabe cómo, la advertencia del sargento Mostachos se mostró totalmente invalidada. Un estampido, aumentado por el silencio de la noche, se vio seguido de los alaridos de Obtuso, que con los ojos abiertos como platos contemplaba su mano hecha una auténtica mierda.

Movida gorda. El teniente, el sargento, los dos cabos de guardia y resto del personal salieron en tromba del cuerpo de guardia por si el enemigo había hecho acto de presencia, pero lo único que vieron fue al memo de Obtuso dando berridos y chorreado sangre. Tras unos breves balbuceos con los que Obtuso quiso explicar que las clases del sargento Mostachos eran falsas, llamaron a la ambulancia, le envolvieron la mano con una toalla y se lo llevaron echando leches al hospital militar porque aquello no se solucionaba en la enfermería cuartelera echando un par de puntos. 

Colijo que Obtuso no debió calcular acertadamente las consecuencias de su absurdo experimento. Imagino que pensó que la bala le atravesaría limpiamente la mano y que se tiraría un mes o dos de baja. Luego, siempre podría alegar que no podía moverla bien, que le dolía mucho y blablabla. Uséase, pasar las revisiones en base a síntomas que nadie podría rebatirle y cumplir lo que le quedaba de mili de baja ambulatoria, es decir, quedarse en su casa rascándose los cojones hasta que llegase la fecha para recoger "la blanca" (en argot, la cartilla militar) y licenciarse. Sin embargo, aquella malvada recubierta de latón y con un peso de apenas 125 grains (8'10 gramos) le hizo puré la mano. Aunque, por ser munición blindada, la bala no se deformó al atravesar la mano, sí le hizo un desgarro bestial, llevándose por delante la maraña de tendones, huesecillos y ligamentos que tenemos en las manos hasta el extremo que de que le hizo un orificio de salida en estrella.

Para los que no vean qué relación tienen las estrellas con el agujero que hace una bala, observen la foto de la izquierda. La bala, que sale a unos 350 metros por segundo, arrasa con todo, y más cuando se trata de un disparo a bocajarro. Todas las menudencias óseas y cartilaginosas de la mano son desgarradas, y la piel  se rompe en jirones de la forma que ven en la foto. A ello, sumarle el destrozo en los vasos sanguíneos que, aunque de poca relevancia en una mano, pueden provocar una severa hemorragia. Está de más decir que a Obtuso lo tuvieron un laaargo rato metido en un quirófano, donde un cirujano intentaba recomponer el puzzle en que se había convertido la manita del gilipollas aquel. Una vez recompuesto- más o menos- lo que quedaba medianamente entero porque tuvo pérdida de masa ósea y de tendones que hubo que empalmar, el diagnóstico no pudo ser más demoledor: aquella mano ya era historia. Tras un largo proceso de rehabilitación y dedicando todo el día a apretar una pelotita de goma, a lo más que llegaría, no sin esfuerzo, sería a coger un vaso sin derramar el agua o coger objetos ligeros, pero que si pretendía tocar el piano o, simplemente, escribir, ya se podía ir olvidando. Más aún, le recomendaron que se comprara varios cuadernos de esos de la Editorial Rubio para hacer palotes e ir aprendiendo a usar la mano izquierda, porque empuñar un simple lápiz con la derecha ya no sería posible.

Y, ojo, aún quedaba un hilo suelto que seguro que el soldado Obtuso no tuvo en cuenta. Fueran cuales fuesen sus intenciones- probar la veracidad de las teorías del sargento Mostachos o largarse del cuartel por la vía rápida- la cuestión es que Obtuso había perpetrado un delito severamente castigado por el Código de Justicia Militar: autolesionarse para eludir sus obligaciones. Eso podía saldarse con varios años de huésped en un castillo, y en caso de guerra ser pasado por las armas tras un consejo de guerra sumarísimo de apenas media hora de duración. La cosa estuvo bastante chunga hasta que, finalmente, los mandamases optaron por aceptar pulpo como animal de compañía. Al memo aquel le quedaban tres o cuatro meses de servicio, y para librarse de ellos se arruinó la mano de por vida, así que lo tomaron como una herida accidental y lo mandaron al carajo. Total, en el pecado llevaba la penitencia. Una vez dado de alta, solo tenía que ir al cuartel cada quince días a pasar una revisión en la enfermería para comprobar que, en efecto, la mano seguía hecha una mierda inútil, completamente muerta. Una vez comprobado que Obtuso no podía ni limpiarse el culo con esa mano le firmaban el parte y se largaba a su casa.

Y concluyo: uno de esos días coincidí con él. Yo estaba apostado precisamente junto a la garita de Acceso Base a la caza y captura de soldados desarrapados cuando vi venir a Obtuso, que hasta saludar militarmente le quedaba fatal cuando se llevaba al gorro aquella cosa achuchurría que tenía al final del brazo. Le pregunté por su salud y tal, y por lo visto tenía una depresión de caballo. Me enseñó la mano y se me pusieron los cojones del tamaño de perdigones cuando vi cómo le había quedado el dorso. Mostraba una estrella irregular de seis puntas que abarcaba desde los nudillos hasta la muñeca y desde la base del pulgar hasta el canto. Lo dicho, una mierda de mano. Me hice cargo de que tenía motivos para deprimirse pero, por consolarlo, le dije que peor habría sido perderla enterita o algo peor.

Poniendo jeta de pesadumbre, me replicó que se lo tenía merecido por imbécil, y más jodiéndose la mano derecha porque el trabajo que le esperaba una vez licenciado ya lo había perdido. ¿Qué cuál era? Taquimecanógrafo. 

Obviamente, un ciudadano con una mano muerta puede ejercer muchos oficios, pero la taquimecanografía o tocar el acordeón, como que no. Total, moví la cabeza solidarizándome con su pesadumbre, le estreché la mano ilesa y se largó cabizbajo. No volví a verlo más porque no tomó parte en el evento habitual que se organizaba para las licencias. La sombra de la duda siempre pesó sobre él, de modo que lo llamaron desde el CRM, le entregaron la blanca y un papel que lo eximía de pasar las revistas anuales porque lo declaraban ya inútil para el servicio PER OMNIA SECVLA SECVLORVM.

En fin, criaturas, ya vemos como hasta para escaquearse hay que tomar las debidas precauciones y no pasarse de listo, porque las consecuencias pueden tomar un cariz bastante chungo. Es más: si al coronel de la base se le cruzan los cables, al Obtuso le hubieran metido un paquete de antología, y habría salido años después del castillo con una mancha en la cartilla militar en una época en la que aún se miraba la puñetera cartilla para obtener un trabajo como funcionario, bedel o similares, de modo que contento se pudo ir con solo una mano tullida para siempre.

Sirva de aviso para listillos, enterados y demás morralla que eluden el cumplimiento del deber.

CETERVM CENSEO PETRVM SANCHODICI ESSE DELENDAM

Hale, he dicho

POST SCRIPTVM: Sí, la musa sigue en paradero desconocido. Ya volverá un día de estos, supongo...

lunes, 5 de febrero de 2024

Historias de la mili. Abuso sesssuá

 

Acceso a base. A la derecha, el cuerpo de guardia. A continuación, el Estado Mayor

INTROITO

No hay nada nuevo bajo el sol. Nada. Todo lo que vivimos en nuestro día a día ya ha ocurrido antes cienes y cienes de veces aunque algunos se empeñen en vestir de novedoso determinados sucesos como el acoso y los abusos sexuales, que el hembrerío misándrico actual cree que se inventó anteayer solo para agredirlas a ellas. Esta panda de histéricas, enloquecidas por el odio al hombre y con su escasa sesera más lavada que las enaguas de la abuela, afirman rotundamente que los malvados machos de la especie solo vienen al mundo con un fin: acosarlas, maltratarlas y, en resumen, hacerles la vida imposible. De hecho, dan por sentado que los fetos que salen por el útero materno aprovechan cuando las matronas que los cogen amorosamente para meterles mano, que los nenes en las guarderías aprovechan las visitas al baño para hacer tocamientos obscenos y contemplar la rajita de la nenas y que, en nuestra penosa adolescencia con superávit de hormonas y escasez de medios para aliviar los humores viriles como no sea a base de ayuda manual, ya nos hemos convertido en monstruos de lujuria, predadores a la caza de honestas mocitas que vuelven a casa a las 5 de la mañana solas y borrachas para dar rienda suelta a nuestra irrefrenable lascivia.

El recientemente fallecido Henry Kissinger, que algunos le
atribuyen la co-autoría del siniestro plan de ingeniería
social que vivimos hoy

Sin embargo, estas hembristas fanatizadas hasta el tuétano y autoerigidas en sacerdotisas de los mantras más arraigados entre el mujerío odiador de hombres no tienen en cuenta un detalle: el acoso y los abusos sexuales, aparte de ser más antiguos que la tos, no solo se practican en una dirección- hombres hacia mujeres- sino también a la inversa y, por supuesto, de hombres hacia hombres y de mujeres hacia mujeres. Pero, claro, eso no "vende", y además se contradice con sus dogmas, por lo que sucesos de este tipo son debidamente silenciados por los medios de comunicación absolutamente rendidos a la corrección política y a los dictámenes de políticos, políticas y polítiques que solo buscan un fin en forma de ecuación tenebrosa: fomentamos el odio hacia los hombres hasta que los hombres se harten de ser odiados y manden al carajo a las odiadoras. ¿Qué sentido tiene esto? Ya es de todos sabido que el actual mamoneo tiene su origen en un plan desarrollado hace 50 años en yankeelandia como una forma más de reducir la superpoblación mundial, anulando la familia como base de nuestra sociedad para que la tasa de nacimientos descienda a niveles ínfimos. Lo malo es que las lumbreras que diseñaron tan magnífico plan no tuvieron en cuenta que otras culturas, especialmente las que encontramos en África y Asia, se pasan las planificaciones demográficas de los Occidentales por el forro, y mientras ellos siguen engendrando hijos a cascoporro, aquí ya hay más viejos que críos.

Y un ejemplo de acoso sessuá que no tiene nada que ver con el de los lúbricos varones hacia las indefensas féminas es el motivo del relato de hoy. Sí, aunque a alguno le extrañe, en una época en la que los cuarteles solo estaban habitados por hombres, había casos de acoso, abuso e incluso cosas más graves que no trascendían fuera del acuartelamiento porque lo que ocurría en un cuartel se quedaba en el cuartel, y en aquella época no había canales televisivos de telebasura ni redes sociales donde ir a contar tus miserias a cambio de un estipendio con tal de lograr más audiencia ávida de morbo y escándalos en vez de los ilustrativos documentales de la 2. 

Y dicho esto, procedamos con esta historia de la mili...

HECHOS

Por lo general, en todos los cuarteles había una barbería. Ojo, desde siempre, estos establecimientos se denominaban barberías aunque ya nadie se rasurase la jeta en ellos y se dedicaran a trasquilar ciudadanos, pero como el término peluquerías se aplicaba a los que trasteaban en las cabelleras mujeriles, pues imagino que, por diferenciarlos, se mantenía el añejo apelativo de barbería. Sea como fuere, la cosa es que, obviamente, nadie se afeitaba allí, y los guripas solo iba a cortarse el pelo para cumplir el canon: deslizando un lápiz desde el cogote hacia arriba, dicho lápiz no podía durante su recorrido ascendente verse cubierto de pelambre. De lo contrario, falta de policía, parte que te crió y paquete al canto.

En el caso de la Base de Tablada el barbero no era un civil dedicado a ese oficio, sino un guripa seleccionado cuando el ocupante de la plaza estaba ya a punto de licenciarse. Así, cuando una hornada de reclutas estaba ya a punto de jurar bandera, preguntaban si había algún barbero. Raro era que entre trescientos y pico o cuatrocientos fulanos no hubiese alguno aunque solo se hubiera dedicado a trasquilar ovejas, así que daba un paso al frente y era destinado a la Escuadrilla de Tropas y Servicios, donde iban a parar los albañiles, los electricistas, los mecánicos y, en resumen, cualquiera que ya tuviera un oficio remunerado antes de incorporarse a filas para dedicarlos a cuestiones de mantenimiento. 

Así pues, el coprotagonista de esta historia era un sujeto que llamaremos el soldado Tijerillas, cuya cualificación como peluquero era puesta en duda por todo el personal porque sus cortes de pelo era bastante... deficientes, la verdad. Sin embargo, era vox populi que había logrado el destino por obra y gracia de su amante, un cabo primero que logró que lo destinaran a la barbería. Sí, el soldado Tijerillas perdía aceite a manta. Era un sujeto bajito, enjuto, con jeta de monaguillo seminarista, piel cetrina y vocecita de castrato barroco. Vamos, que no era precisamente un mocetón al uso. Sea como fuere, lo cierto es que ser nombrado barbero era un destino magnífico: todo el día sentado en el sillón ojeando revistas porno (del porno que gustan los homosexuales, naturalmente, no de señoritas frondosas), y a las 14:30 se largaba a su casa. Pocos se pelaban en el cuartel porque la inmensa mayoría lo hacían en la calle ya que tenían pase de pernocta y solo estaban en la base para cumplir el servicio de turno, o bien estaban allí una semana entera a cambio de pasar otra en su casa, momento que aprovechaban para darse un repaso capilar. El soldado Tijerillas no tenía asignado un estipendio por su trabajo, o sea, que pelaba gratis salvo que su víctima le diera una propina, cosa que creo no sucedió jamás. 

El otro coprotagonista era el soldado que llamaremos Modosito. Modosito era uno de los integrantes de la siniestra, tenebrosa y odiada Patrulla de Vigilancia, de la cual yo era el mandamás. Inciso: me gané tal fama que, 25 años después de largarme, fui un día con mi segundogénito a saludar a mi antiguo capitán, y el guripa de la entrada se quedó con la jeta a cuadros al ver mi nombre en el DNI, y a mí se me quedó el careto a triángulos cuando, estrechándome la mano efusivamente, me aseguró que, entre la Policía, yo era considerado como poco menos que una leyenda de quien se narraban tropocientas historias acerca de mi estricto sentido de la disciplina y mi proverbial mala leche durante mi periplo castrense. Bien, la cosa es que el soldado Modosito, al que deberían haber enviado a la 22 Escuadrilla, la 407 o a cualquier otro destino más apacible, era un ciudadano callado, taciturno y tímido. Creo que jamás tuvo la osadía de echar una bronca a ningún guripa desarrapado, y menos aún de meterle un paquete. Es más, yo mismo tuve una vez que endilgarle dos días de arresto (ampliados a una semana por el capitán cuando se enteró del tema) porque vi cómo en plena calle era un guripa el que le echaba la bronca a él, que muy contrito aguantaba el chaparrón mirando al suelo. No sé cómo no estrangulé allí mismo a los dos, al guripa y al memo de Modosito.

En resumen, el soldado Modosito no era precisamente uno de esos fulanos nasío pa matá, sino un auténtico cordero pascual con menos ímpetu que un paramecio artrítico y más acoquinado que un hereje impío delante de siete feroces dominicos del Santo Oficio. 

Bueno, pues la cuestión es que, un buen día, me encuentro a Modosito en unos bancos de fábrica que había junto al cuerpo de guardia junto a su pareja. Pareja en sentido castrense, ojo. Las patrullas siempre la formaban dos fulanos y, de vez en cuando, íbamos allí a descansar un rato de tanto patear cuartel arriba, cuartel abajo, y a echar un cigarrito. Pero, cual no fue mi sorpresa cuando veo a Modosito llorando como una Magdalena acosada por fariseos cabreados. Pero llorar, llorar a moco tendido. Levanté la ceja que siempre se levanta cuando uno está un poco bastante asombrado y le pedí amablemente que se me informara del motivo de la llantina.

-A vé, ¿qué cohone te pasa?- inquirí mientras el colega de Modosito lo consolaba dándole palmaditas en el lomo- ¿Se t'ha muerto er gato o qué?

Modosito no podía articular palabra. Tenía la cara amoratada, literalmente bañada en lágrimas, dando hipidos y con un moquero que ya necesitaba ser exprimido de tan empapado como estaba.

-¿Qué carajo le pasa a ehte?- pregunté al otro, que llamaremos soldado Orejón

-Er Tijerilla, que l'ha metío mano- respondió Orejón sin dejar de pasear la mano por el lomo de Modosito, que al escuchar a su compañero arreció la llantina por la vergüenza.

-¿Qué...?- pregunté asombrado- ¿Cómo que l'ha metío mano?

-Sí, coño, que lo ha querío violá- insistió Orejón haciendo un gesto explícito que no dejaba lugar a dudas. El Tijerilla había agarrado a Modosito por sus partes pudendas como paso previo al fornicio contra natura.

Tardé más de un minuto en asimilar aquello. Pero, a medida que mi sesera iba haciéndose una idea de lo ocurrido, mi naturaleza extremadamente colérica empezó a despertar, y un regusto a sangre me invadió la boca.

-A vé...- gruñí con mirada torva y acumulando espumarajos en mis fauces- ¿Me ehtá disiendo que'r Tijerilla t'ha metío mano y tú no lo ha reventao a hohtia allí mihmo? ¿Tú no sabe de sobra qu'un polisía en servisio de arma é sagrao, giliposha de lo cohone? ¡Cuéntame qué hohtia a jesho esa mamona o te fohtio vivo, que me tié ya jahta loh güevo, Modosito der copón!

Mi enérgico revulsivo pareció causar efecto en el llorón, que en pocos minutos pudo amainar la pataleta, sonarse los mocos varias veces y enjugarse la jeta con el moquero, que ya daba asco de cómo estaba de fluidos corporales. A trancas y barrancas me contó la película, y por lo que dijo la cosa venía de lejos.

Resulta que el Tijerillas se había enamorado perdidamente de Modosito, y el muy tontaina, en vez de ir a pelarse en su Coria del Río natal, pues iba a la barbería cuartelera. Pero no por la destreza del Tijerillas, sino porque era incapaz de negarse a las súplicas del palomo aquel. Era tan timorato y apocado que no podía mandarlo literalmente a tomar por culo o, en un momento dado, informarme del acoso que sufría, que ya me encargaría yo de meterle las cabras en el corral al promiscuo barberillo. Orejón, que sí estaba en el ajo, se encogió de hombros cuando le pregunté si sabía algo del tema, y me respondió que le había suplicado que no dijera nada a nadie. 

Pero lo cierto es que el Tijerillas no paraba de hacer zalemas a Modosito. Hasta le regalaba cositas guais para seducirlo: botes de colonia, ropa y, por lo visto, incluso un tanga negro con un corazón rosa de peluche delante de la picha. Y el Modosito, en vez de darle una tragantada que le sacase la nuez por el cogote, pues se dejaba querer. Pero no porque los requerimiento del Tijerillas le hicieran efecto- el tipo hasta tenía novia en Coria- sino porque era materialmente incapaz de hacerle "el feo" de rechazar los obsequios que le hacía mientras le dedicaba miradas llenas de pasión. Esto que yo he narrado en medio párrafo tuve que sacárselo al Modosito con un sacacorchos tras un largo interrogatorio, porque la vergüenza por su nula reacción ante el agobiante acoso del Tijerillas le superaba.

Finalmente, le pregunté por el intento de violación. De verdad, aquello fue de película...

Resulta que el Modosito se presentó en la barbería a darse un repaso y, sin que se diera cuenta, el Tijerillas cerró con llave mientras él tomaba asiento. Antes de ponerle el babero, el muy bribón le entregó una caja con una docena de pasteles de no sé dónde para que se los zampara en la merienda. Y a continuación, sin que a Modosito le diera tiempo a reaccionar, el Tijerillas se le sentó encima, le echó los brazos al cuello, le estampó el morro y le declaró abiertamente su amor. Modosito, totalmente abrumado, se lo quitó de encima como pudo y salió corriendo hacia la puerta. Tras comprobar que estaba cerrada con llave, se sintió como animal acorralado y empezó a dar vueltas por la amplia dependencia de la barbería seguido por el Tijerillas, que le aseguraba que estaba loco, ¿o debería decir loca?, por él, que le haría lo que él quisiera, que se moría de ganas por...(aquí pongan todos las cochinadas que se les ocurran), y que no podía vivir sin él.

Sintiéndose acorralado, Modosito tuvo un destello de genialidad y, sin dudarlo, se tiró por una ventana. Afortunadamente, la barbería estaba en un bajo y un salto de un metro no era en modo alguno peligroso para su integridad, por lo que se largó corriendo como un galgo a la cercana cantina de tropa, donde Orejón lo esperaba jugando en la máquina de matar marcianos. En fin, cuando terminó de narrarme los hechos tenía claro que aquello no debía trascender, y no por el Tijerillas, sino por Modosito, que bastante desgracia tenía con ser tan apocado como para ser la rechifla de toda la base. Con la ira brotándome por los poros, le ordené que se quedase allí y que llorara un ratito más si le apetecía, que mientras tanto yo me encargaría del Tijerillas.

La banda de Tablada ensayando en el patio de armas de la 22 Escuadrilla. Al fondo a la derecha se ve el local de la barbería, y la flecha señala la ventana por donde Modosito pudo huir del acoso sessuá del Tijerillas

Dando grandes zancadas, me dirigí a la barbería acompañado de Orejón. En Tablada, las distancias eran enormes, y se echaban varios minutos para ir de un sitio a otro. Invertí ese tiempo en pensar qué haría con el Tijerillas, si patearle el hígado o hundirle el cráneo. Finalmente decidí que a semejante personaje le bastaría una bronca de antología, y que no merecía la pena que me metieran un paquete por dejarlo allí tirado chorreando sangre. Ahora, los ofendiditos me tacharán de fascista, homófobo, etc., pero, aparte de que me da una soberana higa, justo es reconocer que el que se la buscó fue el Tijerillas por su promiscuidad.

Cuando por fin llegué a la barbería le ordené a Orejón que se quedara fuera, y que no dejase entrar a nadie. Abrí la puerta de un manotazo y allí estaba el Tijerillas, apalancado en el sillón mirando al infinito, tal vez apenado por las calabazas que le dio Modosito. Al verme aparecer, su jeta aceitunada se puso completamente verde. Mi fama me precedía, y mi corpachón uniformado y con el casco en la cabeza causaba bastante inquietud, las cosas como son. El Tijerillas estaba tan acojonado que ni se movió, como un gazapo ante una boa. Cuando llegué hasta él lo agarré por las solapas y lo levanté en vilo hasta que su jeta quedó delante de la mía. Lo llevé contra la pared y lo sujeté por el pescuezo con la mano derecha, de forma que los pies le quedaban a unos 20 cm. del suelo. Obviamente, del verdoso pasó al morado a los pocos segundos.

-Cusha, mamonaso de mierda- espeté murmurando peligrosamente si bien no le dije mamonaso, sino otro palabro que omito porque hoy es políticamente incorrecto- como yo m'entere de que vuerve a meté mano al Modosito, no solo acabah un mé en er caleto (el calabozo), sino que ante de meto una manta de hohtia que no te va a conosé ni la mare que te parió. ¿T'ha enterao, joputa?

Dando ya muestras de asfixia, el Tijerillas movía la cabeza de arriba abajo con los ojos muy abiertos. Le pregunté dos o tres veces más si la cosa estaba clara hasta que, finalmente, lo solté. Cuando tocó el suelo se le doblaron las rodillas, y allí quedó tosiendo y jadeando.

-Y una cosa má...Yo he venío a pelarme, ¿verdá?- pregunté antes de largarme.

El Tijerillas, entre tos y tos, afirmaba con mucho convencimiento que, en efecto, mi visita a la barbería se debía a lo lógico, pelarme, aunque yo siempre lucía un primoroso corte de pelo a la taza, que para eso tenía que dar ejemplo al personal. En fin, sin decir más palabra me largué, dejando al fulano aquel recuperándose del susto y el ahogo. Está de más decir que Modosito nunca más fue a la barbería, que el Tijerillas nunca más se metió en camisa de once varas, y todos fuimos felices y comimos perdices.

Bien, como han visto, el tema del acoso sessuá no es nada nuevo, y no solo lo sufren las mujeres a manos de los malvados hombres. La cosa es que la mujer lo proclama- y ahora más que nunca porque hay más de 300 leyes que las favorecen- y los hombres se lo callan, generalmente por vergüenza. Pocos se atreven a reconocer que un ser de luz los ha acosado, y aún más que un "guey" los ha porculizado o lo ha intentado. 

Posiblemente, este relato encenderá a más de un ofendidito, que dirá que el Tijerillas era un probo ciudadano homosexual empoderado, resiliente y blablabla, y el Modosito un retrógrado incapaz de reconocer que el amor es libre y que no tenía por qué montar semejante número por lo que era una simple demostración de afecto. De mí dirán que me porté como un homófobo machista, un tirano del heteropatriarcado y tal, pero ya quisiera yo ver a estos ofendiditos si soltaban sus mantras en un acuartelamiento de hace unos añitos. Sea como fuere, lo cierto es que el Tijerillas se pasó siete pueblos con un chaval que acababa de salir de las faldas de mamá para ir a parar a un mundo donde nadie te iba a sacar las castañas del fuego salvo tú mismo. Por eso, en la mili entrabas siendo un crío y salías convertido en un hombre. Mala cosa se hizo al abolirla, y ya vemos como muchos países occidentales se están empezando a plantear volver a implantarla, entre otras cosas para inculcar a los jóvenes el concepto de defensa de la Patria y el espíritu de sacrificio, que tantos niñatos de hoy día tienen totalmente atrofiado.

Bueno, se acabó lo que se daba.

CVRATE VT VALEATIS CIVIS

Hale, he dicho